martes, 4 de septiembre de 2007

El Apocalipsis del no-lector

Si no lees serás un ignorante, un burro, un zoquete, te faltará imaginación, no sabrás escribir correctamente y serás pobre en amigos y en inteligencia.

Éste es el terrible apocalipsis al que debe hacer frente el desdichado no-lector, aquel a quien los libros no acompañan porque, o bien ha decidido libremente no elegir su compañía o bien no se ha atrevido. Y es que cuando una lee o escucha semejantes barbaridades, duda de que las personas que las sustentan realmente disfruten con la lectura. ¿Acaso no será para ellas una obligación necesaria para desenvolverse en los grupos sociales de pseudointelectuales a los que aspiran pertenecer? ¿Acaso son incapaces de relacionarse con el mundo exterior y comprobar que existen otras vías y maneras de aprender? Porque no debemos olvidar que ante todo y sobre todo leer es y debe ser un placer y ha de entenderse como tal. Es cierto que tiene sus "efectos colaterales": familiarización con el lenguaje, su gramática y sus vocablos; desarrollo de la imaginación y la empatía; adquisición de nuevos conocimientos; etc. Pero no podemos ser tan necios de pensar que tan sólo a través de la lectura alcanzaremos el clímax de la sabiduría y la perfección. Como tampoco podemos banalizar sobre los libros y acercarnos a ellos como si fueran tan solo meros instrumentos de aprendizaje. La experiencia personal y única con un libro debe ser placentera. Es igual cómo llegues a él (porque quieres mejorar tu ortografía, porque es una lectura obligatoria, porque te aburrías y no sabias qué hacer, porque es algo prohibido...) Lo único que cuenta, lo verdaderamente importante es que durante el tiempo que dure su lectura (y si se prolonga después de esta, mucho mejor) algo se remueva en tu interior, algo te haga sentir viva. Sólo entonces entenderás todo lo que la literatura puede aportarte.

Resulta penoso ver cómo un placer se convierte en pesadilla para algunas personas, cómo agachan la cabeza cada vez que se les habla de libros por miedo y vergüenza a reconocer que no leen o no entienden de literatura, cómo vacilan a la hora de elegir una obra porque piensan que no la van a entender, porque temen ser juzgados. No digo que se vaya alardeando de no leer, de la misma manera que me resulta incomprensible alardear de que no se hace nada de deporte o de que no se come más que comida precocinada. Sin embargo creo que el recelo de muchas de estas personas hacia los libros es debido, en parte, a este tipo de desafortunadas y categóricas afirmaciones. No soy ninguna experta pero, bajo mi punto de vista existen dos tipos básicos de personas no-lectoras que, como los mandamientos, se resumen en una: aquellas que, aunque no lo reconozcan abiertamente, no se consideran suficientemente "inteligentes" para entender una obra de literatura (percepción distorsionada debida al halo elitista que se le confiere en ocasiones a las obras literarias) y aquellas que se oponen a su lectura porque su grupo social de referencia asocia el habito lector a actitudes pasivas y de debilidad, aunque en el fondo sospecho que esta segunda modalidad es una respuesta a la primera. Es decir, quien alardea de no leer está alardeando de alejarse de las normas políticamente correctas, de violar las leyes del decoro y se enfrenta directamente a quienes le dicen constantemente qué es lo que debe hacer, cuándo y cómo. Supongo que existe un tercer grupo de personas que sencillamente no leen porque no les da la gana, lo cual es bastante legítimo, al menos mucho más que los otros dos grupos anteriores (y en estos casos la ilegitimidad viene dada porque de alguna manera la elección está mediatizada por terceros).

Conozco personas de las que afirman que no les gusta leer (afirman, no alardean), que han disfrutado con algún libro que no se imaginaban que pudiera existir y que, por tanto, ha despertado su curiosidad. Puede que no acaben leyendo Ana Karenina pero, ¿son más ignorantes por ello, más bobas, están más solas en el mundo? Es probable que esas personas disfruten con otras actividades que yo ni siquiera conozco y eso les aporte unos conocimientos que yo no pueda alcanzar con los libros que tengo a mi disposición. Pero, ¿realmente eso me importa? ¿Acaso tengo que medir mis conocimientos con quienes me rodean y discutir acerca de cuáles son más valiosos? Sinceramente creo que no merece la pena.

¿Queremos un país con más lectores? ¡Desmitifiquemos la lectura! (Entre otras cosas que ahora no vienen al caso) Yo por mi parte, como bibliotecaria convencida y como amante de las buenas historias, haré todo lo posible por difundir el placer que supone leer, eso sí, sin obligar a nadie a que haga algo que no desee, ni considerarme superior a quienes no leen, pero sobre todo, creando caminos que hagan posible una reconciliación con la lectura, para que los potenciales lectores den una nueva oportunidad a los libros al tiempo que se la dan a sí mismos.

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