lunes, 21 de julio de 2008

La Regenta

La idea del libro, como manantial de mentiras hermosas, fue la revelación más grande de toda su infancia. ¡Saber leer! Esta ambición fue su pasión primera. Los dolores que doña Camila le hizo padecer antes de conseguir que aprendiera las sílabas, perdonóselos ella de todo corazón. Al fin supo leer. Pero los libros que llegaban a sus manos no le hablaban de aquellas cosas con que soñaba. No importaba; ella les haría hablar de lo que quisiese.
Le enseñaban geografía; donde había enumeraciones fatigosas de ríos y montañas, veía Ana aguas corrientes, cristalinas y la sierra con sus pinos altísimos y soberbios troncos; nunca olvidó la definición de isla, porque se figuraba un jardín rodeado por el mar; y era un contento.

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

Un día de sol, en Mayo, Ana, que se preparaba a una vida nueva, por dentro, cantaba alegre limpiando los estantes de la biblioteca en la quinta. Colocaba en los cajones los libros, después de sacudirles el polvo, por el orden señalado en el catálogo escrito por don Carlos.
Vio un tomo en francés, forrado de cartulina amarilla; creyó que era una de aquellas novelas que su padre le prohibía leer, y ya iba a dejar el libro, cuando leyó en el lomo: Confesiones de San Agustín. [...]
Ana sintió un impulso irresistible; quiso leer aquel libro inmediatamente. Sabía que San Agustín había sido un pagano libertino, a quien habían convertido voces del cielo por influencia de las lágrimas de su madre Santa Mónica. No sabía más. Dejó caer el plumero con que sacudía el polvo; y en pie, bañador por un rayo de sol su cabeza pequeña y rizada y el libro abierto, leyó las primeras páginas. Don Carlos no estaba en casa. Ana salió con el libro debajo del brazo; fuea a la huerta. Entró en el cenador, cubierto de espesa enredadera perenne. Las sobras de las hojuelas de la bóveda verde jugueteaban sobre las hojas del libro, blancas y negras y brinllantes; se oía cerca, detrás, el murmullo discreto y fresco del agua de una acequia que corría despacio calentándose al sol; fuera de la huerta sonaban las ramas de los altos álamos con el suave castañeo de las hojas nuevas y claras que brillaban como lanzas de acero.

La Regenta
Leopolo Alas "Clarín"

No hay comentarios: