martes, 13 de marzo de 2007

Frankenstein o el moderno Prometeo

El joven estuvo durante un tiempo articulando unos sonidos monótonos, que en nada se parecían a los que el anciano extraía del instrumento, ni tampoco a los que yo conocía de los pájaros. Más tarde aprendí que lo que hacía no era otra cosa que leer en voz alta, pero por aquel entonces todavía desconocía todo lo referente a la ciencia de las palabras y las letras
(…)

Me fijé en que estas personas se comunicaban entre sí por medio de unos sonidos especiales. Sabía que según las palabras que emitieran, la reacción sería bien de pena o bien de alegría; y lo más importante, todos obedecían a las mismas reacciones, por lo que se trataría de un lenguaje en común. Era consciente de lo importante de la comunicación entre los humanos y al instante tuve la sensación de desear por encima de todo poseer aquel tesoro tan valioso. (…) Resulta imposible expresar mi alegría cuando entendí aquellas palabras y cuando supe cómo pronunciarlas.
(…)

Había días que (el joven) se encargaba exclusivamente del huerto y cuando se cansaba, especialmente en el invierno, se pasaba el día leyendo para el anciano y Agatha. Al principio estas lecturas me tenían muy intrigado; pero poco a poco me di cuenta de que las palabras empleadas en el relato se asemejaban a las que emitían hablando. Entonces pensé que sobre el papel habría unos signos que se podían pronunciar. ¡Nadie sabe mi deseo por saber hacer lo mismo! Pero, ¿cómo iba a ser posible que yo lo hiciera si no conocía los sonidos que representaban aquellos signos?
(…)

Era consciente de que si quería presentarme ante ellos, no debía hacerlo hasta que mis conocimientos en el idioma pudiesen superar la repugnancia que mi deformidad podía causarles.
(...)
Una noche en la que yo me encontraba en el bosque (…) encontré una maleta de cuero que contenía algunas prendas de abrigo y libros. (…) Los libros estaban escritos en el mismo idioma que yo conocía (…) Fue la mejor ocasión que tuve para perfeccionar los conocimientos que con tanto esfuerzo y entrega había aprendido de forma autodidacta. (…) Así pues me imbuí de lleno en la lectura. No puedo describir el efecto que aquellos libros me causaron, porque los estímulos eran tan intensos que es difícil expresarlo con palabras. En mi mente nacieron imágenes diferentes a las que yo había presenciado y mi espíritu estaba inundado de sentimientos nuevos a los que no estaba acostumbrado.
Fragmentos extraidos del libro Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley.

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